Andrés Prats Barrufet, presbítero

El siervo de Dios Andrés Prats Barrufet, hijo de los esposos Mariano y Dolores, nació en la Selva del Camp (Tarragona) el día 7 de agosto de 1886. El 17 de agosto de aquel año 1886 recibió el bautismo, y el orden presbiteral el 21 de septiembre de 1912.

En 1915 fue nombrado vicario de la Parroquia de San Miguel Arcángel de la Espluga de Francolí, y en 1931 fue nombrado rector de la Parroquia de San Salvador de Els Pallaresos.

Sus feligreses de  los Pallaresos (Tarragonès) lo tenían por un santo y así mismo lo creían sus enemigos, los cuales lo apreciaban como persona particular, pero lo odiaban como presbítero. Una vez al mes hacía una hora santa ante el Santísimo, cada día, el viacrucis arrodillado y una visita diaria al Santísimo de un cuarto de hora, como mínimo. Vivía pobremente y lo que tenía lo daba a los necesitados.

Era escrupulosamente pulcro en las cosas del culto y en la limpieza de la iglesia. Apóstol infatigable en la predicación, en la oración, en el confesionario, en la catequesis, en las visitas a los enfermos, hablando con la gente, etc. Profundamente humilde. Nunca tomaba ninguna decisión sin haberla precedido de un rato de oración.

Presintiendo la persecución religiosa, dijo a sus compañeros presbíteros: «Nos tenemos que preparar para el martirio; estoy seguro de que se acerca la hora de nuestro sacrificio.» Cuando estalló la revuelta del 36 era rector de la parroquia de los Pallaresos. El día 22 de julio fue invitado a dejar la abadía antes de las 4 de la tarde. Después dijo a sus amigos: «No iré si no es a la fuerza; que mis feligreses no puedan decir que los he abandonado.» Un amigo le contestó que eso era una temeridad. Por eso hacia las tres se congregó en el templo con un buen grupo de feligreses, a los que bendijo con el Santísimo y se despidió con palabras paternales. Se refugió en la casa Bofarull con un amigo suyo. Al atardecer todas las cosas de la iglesia fueron quemadas, mientras el Mn. Andres y su amigo salían hacia el campo. El Mn. Andres lloró amargamente y rezaron el rosario con el firmamento iluminado por las llamas de los objetos de la iglesia. A las dos de la madrugada retornaron a la casa Bofarull, donde permaneció seis días orando y celebrando cada día misa.

El día 27 de julio amenazaron la familia que la acogía con estas palabras: «No sé si tenéis al cura, pero si lo tenéis lo asesinarán aquí mismo.» Al enterarse, el Mn. Prados determinó irse, a campo abierto, a casa de su hermano, en la Selva del CamMn. Antes le llevaron comida durante tres días en el lugar de la Cogullada. Aquí pasaba el día rezando. Conservaba la paz y, previendo su martirio, repetía: «Estoy conformado a pasar todo lo que Dios quiera.» «Si mi muerte debe contribuir al triunfo de la fe, que venga lo antes posible.» Por fin llegó a casa de su hermano de la Selva del Camp, donde pasaba el tiempo rezando, a menudo con los brazos en cruz.

El día 13 de agosto se presentó el comité. Sus miembros dijeron a su cuñada Antonia Roselló que se verían obligados a matarla si el cura desaparecía de su casa. A las 10 de la noche acudieron dos hombres armados reclamando el cura. Este contestó: «Ya voy.» Tomó el breviario y lo condujeron al comité, donde fue insultado y maltratado. Determinaron de llevarlo a Reus a declarar. Al despedirse de su amigo Jacinto Felipe le dijo: «Felipe, eres muy bueno, hasta el cielo.» Por fin se lo llevaron en dirección a Reus, y en el kilómetro cuarto le invitaron tres veces a llamar «Viva la República», pero él repetía con fervor: «¡Viva Cristo Rey!» Los exhortó a la conversión, a la vez que los perdonaba. Al final le dispararon unos tiros con tan mala intención que el día siguiente todavía se sentían sus gemidos. Le asesinaron sólo porque era presbítero. Fue enterrado en el cementerio de Reus.

Es bueno subrayar unas palabras que escribió a su ama de llaves desde su refugio: «Si algún día supieras la feliz suerte de mi martirio, alégrate, porque seré contado con los de Jesús, que son los del Calvario. […] Conformémonos totalmente con la voluntad de Dios, que en eso consiste la verdadera felicidad.»

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