José Maria Panadès Tarré, presbítero

El siervo de Dios José M. Panadés Tarré, hijo de los esposos Juaquín y Francisca, nació en Tarragona el día 4 de septiembre de 1872 y fue bautizado al cabo de dos días en la Catedral.

Ordenado presbítero el día 22 de febrero de 1899, ejerció el ministerio sagrado en estas parroquias: vicario de Alforja; ecónomo de Porrera y Prades; rector de la Morera de Montsant, Vilaverd y Bràfim y, finalmente, cura de las Hermanitas de los Pobres en Tarragona. Tenía una verdadera pasión por el estudio de lenguas y ciencias eclesiásticas. Era fervoroso en la celebración eucarística. Visitaba los enfermos de la parroquia y ayudaba económicamente a los más necesitados. Era muy querido por sus feligreses. Amaba y era muy paciente con los internos de las Hermanitas de los Pobres. Les hacía sermones y pláticas y les contaba el evangelio cada semana, todo con mucha sencillez.

Aquí le sorprendió la revuelta del 36. Él se refugió entre los ancianos, como uno de tantos. Con todo, celebraba con las Hermanitas los actos religiosos y lo hacía con tanta devoción y piedad que conmovía a los presentes. Detenido con motivo de un registro, fue conducido al barco-prisión Río Segre y lo asesinaron el 25 de agosto en Valls junto con otros compañeros.

El asesinato del Mn. José Mª Panadés, junto con los del Mn. Antonio Prenafeta, del Mn. Pedro Farrés y del Mn. Miquel Grau, se produjo en estas circunstancias. Era el 25 de agosto de 1936 cuando, a media tarde, fueron sacados del barco-prisión del puerto de Tarragona. Montados en un camión, fueron conducidos hacia Valls. Hacia las siete de la tarde delante de Teléfonos, pararon el camión, que llevaba las veinticuatro futuras víctimas, las cuales, serenas e incluso contentas, cantaban con entusiasmo el himno de la perseverancia: «Arriba, hermanos, hacemos nuestra vía, Jesús Rey Nuestro nos precede…» Los milicianos que los acompañaban, armados con fusiles y metralletas, gritaban: «Llevamos veinticuatro, que se los dejaremos muy cerca.» «¿Quiénes son ?» – preguntaban algunos. Y contestaban sarcásticamente: «¡Son curas o perros de esta clase!.» Mientras, las víctimas escuchaban pacientes, conformadas e incluso emocionadas. Un poco más allá del cementerio les hicieron bajar del camión, los ametrallaron todos y les dispararon un tiro de gracia. Al volver los asesinos cantaban en tono de burla: «¡Tururut, tururú, quien gime, ya ha recibido!». Y se pararon a celebrar en un bar del Portal Nou. Antes habían ordenado al sepulturero que fuera a recoger los cadáveres, pues encontraría un camión y gente que le ayudarían. El sepulturero, desde arriba del camión, iba recibiendo cada una de las víctimas, algunas de las cuales exhalaban el último suspiro.

Aquella noche, para que los grupos que iban a ver el espectáculo, lo pudieran ver mejor, enfocaban los faros de un coche hacia donde estaban las víctimas. A media noche, después de poner encima de los cadáveres una capa de cal viva, los cubrieron de tierra.

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