El siervo de Dios Antonio Nogués Martín nació el día 20 de enero de 1876 en Mont-roig del Camp, y fue bautizado a los dos días. Ordenado presbítero el 22 de septiembre de 1900, se distinguió por un gran celo para que la iglesia estuviera bien ordenada y limpia. Velaba mucho por los actos litúrgicos y que fueran realizados con toda dignidad. Por la mañana iba a la iglesia con el fin de atender a sus feligreses en la recepción de los sacramentos, especialmente los de la penitencia y eucaristía. Ejerció el ministerio en Vilabella y en la Torre de Fontaubella.
Cuando estalló la revuelta de 1936 era arcipreste de Falset y repetía con frecuencia: «¡Qué suerte sería la mía si pudiera morir mártir! Pero también deseo poder ver la reacción de los católicos después de esta persecución.»
El Mn. Nogués era muy humilde. Cuando quería hacer alguna reforma lo consultaba antes y hasta sacrificaba su opinión personal. Se preocupó mucho de la catequesis infantil y hacía grupos con un catequista a cada grupo. Además, fundó la escuela parroquial. Gran devoto de la Eucaristía, instauró los Jueves eucarísticos. Dirigía personalmente la Congregación de la Purísima Sangre, la Cofradía de San Vicente de Paúl y los Círculos de Estudio de la Acción Católica Femenina. También se preocupaba mucho de las vocaciones sacerdotales.
El Mn. Antoni Nogués era una persona de gran austeridad y vida interior. Se distinguía por la caridad hacia los necesitados y para fomentar las buenas costumbres, de acuerdo con la moral de la Iglesia. Estudiaba los documentos pontificios con mucho afecto y los difundía con gran entusiasmo. Fue muy devoto de la patrona de Falset, Santa Cándida.
Al estallar la revuelta del 36, el día 20 de julio, el Mn. Nogués y sus dos vicarios, Mn. Ramon Martí y Mn. José M. Sancho, tuvieron que ir vagando de un lugar a otro hasta ser coronados con la palma del martirio. Primero se refugiaron en casa del alcalde E. Llorens. Al ser destituido ese mismo día, los revolucionarios los llevaron a casa del organista de la parroquia, el Sr. Monlleó. El día siguiente por la madrugada fueron conducidos al huerto del Sr. Monlleó, de donde salieron unas horas más tarde hacia el huerto del Sr. Máximo Diborra. Aquí estuvieron unos días y algunos feligreses les llevaban comida hasta que, al enterarse los revolucionarios, lo impidieron. Durante tres días no pudieron comer nada.
Para poder salir de esta situación se trasladaron primero a la casa de las Sra. Asens. Después el Mn. José Mª. Sancho propuso a sus compañeros ir a una finca de sus padres. Aquí los padres del Mn. Sancho les llevaban comida a un lugar convenido y ellos la iban a recoger. Aquí se refugiaron en una pequeña cueva. Fugitivo en Riudecanyes, se les juntó el Mn. Joan Rofes. El refugio donde pasaban la noche era tan pequeño que en una noche de un temporal de lluvia quedavan todos en un estado lastimoso. Al día siguiente, día 12 de agosto, una treintena de revoltosos, después de pasar por casa de Mn. Sancho, fueron en dirección hacia la finca, hasta la casa de campo, de donde se llevaron el padre. Por otra parte, amenazaron de muerte a la madre para que les dijera dónde estaban los presbíteros. El hijo menor se interpuso pidiendo que, en lugar de su madre, lo mataran a él. Al ver que no sacaban nada, de la madre, fueron hacia el bosque de la finca, donde, por medio de perros, localizaron los cuatro presbíteros. El arcipreste, Mn. Antoni Nogués, al verlos, les pidió que lo mataran a él y que no hicieran nada a los otros tres porque eran muy jóvenes. Sin hacer caso, los revoltosos asesinaron los cuatro presbíteros allí mismo, en la partida conocida por Coma Fonda. Los cadáveres permanecieron dos días insepultos hasta que el Comité Revolucionario de Reus ordenó que fueran quemados fuera del bosque.
Los restos de los cuatro, enterrados allí mismo, fueron exhumados el 13 de septiembre de 1939. Cada uno de ellos aún llevaba el crucifijo, medallas y otros objetos piadosos que conservan sus familiares.
