Luis Sans Viñas, presbítero

El siervo de Dios Luis Sans Viñas, natural de Montblanc (Tarragona), era hijo de los esposos José y Emilia. Nació el día 21 de junio de 1887 y fue bautizado el día 24 en la que entonces era la parroquia de San Miguel. Fue ordenado presbítero el 15 de octubre de 1911.

Ejerció el ministerio en Constantí, en las Pobles, en Prenafeta, en Solivella, en Belltall, en Sarral (regente) y Rocafort.

Sacerdote ejemplar, nombrado regente de Sarral, mensualmente organizaba una serie de conferencias a cargo de padres jesuitas, con funciones muy solemnes y mucha propaganda para recristianilizar la parroquia. Dedicó el celo apostólico especialmente a los jóvenes y los niños.

Los tres años y medio que estuvo en Sarral fueron un auténtico calvario para el Mn. Luis. En 1934 ya fue encarcelado, pero pudo huir a la montaña, donde pasó una gran miseria y terminó con la ropa hecha una calamidad. Fue insultado y objeto de violencias, y ya entonces las autoridades le querían hacer dar las llaves de la iglesia, pero él, de acuerdo con las directrices del señor cardenal Vidal, y haciendo ofrenda a Dios de la vida, defendió con una voluntad de hierro los derechos de la Iglesia.

El Viernes Santo del 36 las autoridades hicieron tocar las campanas, sin que el Mn. Luis pudiera hacer nada para impedirlo. Aprovechando la circunstancia de la fiesta de la primera comunión en Rocafort, de donde el Mn. Luis era el encargado, las autoridades de Sarral forzaron las puertas de la iglesia y cambiaron la cerradura.

Todo lo soportó con una gran paciencia y, siguiendo siempre los consejos de su prelado, cambió de nuevo la cerradura de la iglesia. Su vicario, el siervo de Dios Mn. Tomás Capdevila, estuvo siempre a su lado.

Al estallar la revuelta del 36, el día 20, después de celebrar la última misa, se tuvo que esconder en casa de la Sra. Cecilia Giné Clarassó. Al enterarse de que querían quemar la iglesia hizo que fueran su ama de llaves y otras personas piadosas a sumir la reserva de la Eucaristía.

El día 10 de agosto, fiesta de San Lorenzo, fue detenido, y con las manos arriba lo pasearon por todo el pueblo a la vez que le hacían todo tipo de burlas, incluso las más groseras. Le humillaron al máximo. Lo llevaron a la iglesia quemada y a la rectoría saqueada. Le pasearon de nuevo por el pueblo en tono de burla. Le dieron culatazos en los pies y lo azotaron. Le dispararon tiros en las piernas. Todo lo sufrió en silencio y con resignación admirable. Sólo de vez en cuando exclamaba: «¡Dios mío! San Lorenzo, ¡sálvame!» Muchos gritaban: «¡Matarlo!»

Por fin, después de un largo calvario, le hicieron subir en un coche y en un recodo del Coll de Lille lo asesinaron. Fue enterrado, primero, en el cementerio de Lille, después de la guerra, en el de Sarral.

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