Pedro Farrés Valls, presbítero

El siervo de Dios Pedro Farrés Valls, hijo de los esposos Pedro y María, nació en Santa Coloma de Queralt el 10 de mayo de 1903 y fue bautizado el día 13. El 7 de octubre de 1907 fue confirmado por el Dr. Torras y Bages.

Estudió primero en el Seminario de Barcelona y después en el de Vic. Cuando rezaba el rosario en familia no quería que los otros hicieran nada más y que estuvieran sólo para la oración. Era el único joven que llevaba los rosarios en las manos durante el rosario de la aurora. Su vida era ejemplar en todo momento. Por obediencia a su confesor dejó los estudios antes de terminar el curso por motivos de su mal estado de salud. Demostró una gran fuerza de voluntad en volver a retomar los estudios cuando otros compañeros suyos los habían dejado.

Fue ordenado presbítero el 24 de marzo de 1923 por el obispo de Vic, Dr. Joan Perelló. Celebró la primera misa solemne en Montserrat el 13 de abril de dicho año. Sentía un verdadero amor por la liturgia.

Era chantre de la Catedral de Tarragona, pero su dedicación predilecta eran los jóvenes y los niños.

En junio de 1936 fue a Santa Coloma de Queralt y manifestó a sus familiares la situación que se acercaba y les dijo que estaba plenamente convencido de que lo matarían. El día 24 de julio del 36, cuando ya había estallado la revuelta, dijo a su madre: «¡Ay, madre! ¡Dichoso quien puede morir por Dios; os podríais considerar feliz si yo estuviera destinado!»Tenía un copón lleno de sagradas formas que había retirado del convento de las Carmelitas Descalzas y, temiendo una posible profanación, dijo a su madre: «No estoy tranquilo, las sume.» Al salir le dijo a su madre, lleno de emoción: «¡Madre, hoy no cenaré!”

El día 25 de julio, fiesta de Santiago, hacia las nueve y media de la mañana, se presentó un grupo de milicianos para hacer un registro. A continuación preguntaron por el cura. Los recibió el Siervo de Dios, el cual no negó ni disimulo su estado sacerdotal. Al final lo dejaron en paz diciéndole: «¡Quede tranquilo!” Podía irse y no lo hizo. En la calle un grupo de gente increpó a los milicianos con estas palabras: «¡Como!, ¿Siendo cura, lo dejáis?” Volvieron al cabo de unos 20 minutos y lo detuvieron. Al despedirse de su madre con un abrazo le dijo: «Adiós, madre, hasta el cielo!” Siguió a los milicianos humilde y tranquilo y lo condujeron al barco Río Segre del puerto de Tarragona.

El día 24 de agosto, víspera de su muerte, su hermana Candelaria, en un papelito, le escribió unas palabras mediante las cuales le animaba a saber morir confesando a Cristo. Su hermano le contestó: «No hace falta que me lo digas, porque ya sé cuál es mi deber; quédate tranquila.»

Hacia media tarde del día 25 de agosto lo sacaron del barco-prisión Río Segre con otros compañeros presbíteros y los condujeron en un camión hasta Valls. Aquí los juntaron a un grupo de jóvenes católicos de Valls, que, dirigidos por el Mn. Pedro Farrés, atravesaron la ciudad cantando con todo el entusiasmo el Credo y el himno de perseverancia ¡Arriba, Hermanos! A un kilómetro del cementerio de Valls fue asesinado le Mn. Pedro con veintitrés tres personas más.

Eran las 9 la tarde de ese mismo día, cuando el Siervo de Dios ya estaba muerto y tirado a la fosa común, que sus hermanas Candelaria y Hna. Encarnación, ocupadas en tareas diversas y de lugares diferentes de la casa, sintieron durante unos minutos una voz muy conocida que cantaba una melodía gregoriana. Por el momento no se atrevieron a comentar nada, pero por la noche la Hna. Encarnación lo dijo a la Candelaria, y ésta le contestó: «También yo la he sentido, una melodía gregoriana, pero no te he dicho nada por temor a que fuera una fantasía mía.» Las dos convinieron en que era la voz de su hermano el Mn. Pedro.

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