Francisco Company Torrellas, presbítero

El siervo de Dios Francisco Company Torrellas, hijo de los esposos Ramón y Antonia, nació en Rocallaura (Urgell) el día 23 de octubre de 1886. Fue bautizado al día siguiente de su nacimiento y ordenado presbítero el 3 de mayo de 1914.

Se doctoró en Roma. Por este motivo era conocido como el Dr. Company. Tenía una gran capacidad para el trabajo. Pasaba las noches haciendo el diario La Cruz.

Sobre todo era un presbítero lleno de vida espiritual, muy piadoso y humilde. Era incapaz de negar un favor a quien se lo pidiera. Era muy caritativo. Nunca tenía un no para nadie, hasta el punto que daba y se quedaba en extrema necesidad. A menudo también decía: «Prefiero que mi obispo tenga el derecho de hacerme ir como una pelota que no que tenga que quitarse el sombrero para pedirme algo.»

Cuando estalló la revuelta en julio de 1936 era profesor del Seminario y vicario de la Catedral. Vivía con su hermana Bienvenida, en la calle de las Coques 9, primer piso. Desde los primeros momentos de la revuelta demostró tener una visión clara de lo que podía pasar. Prescindiendo del peligro, ofreció la casa a tres hermanas carmelitas, una de ellas hermana suya, confiando sólo en la Providencia divina. La tarde del día 21 de julio fue a retirar el Santísimo de la Catedral. Con las sagradas formas comulgaron hasta el día 29 los de la casa y algunos vecinos, así como el que fue compañero suyo de martirio, el Mn. Francisco Cartañà Murià, que vivía en el piso superior de la misma casa. Durante esos últimos días demostró una resignación absoluta a la voluntad de Dios. El día 23 celebró la última misa. Ese mismo día fue el siervo de Dios canónigo Albaigés con un copón a buscar formas consagradas, el cual, después de una serie de incidentes con unos milicianos, fue detenido y llevado al barco-prisión. Estos hechos impresionaron mucho el Dr. Company e hizo que comenzara su agonía continua, entregándose a la voluntad de Dios y esperando que llegara su hora.

El día 24 hicieron el primer registro en su piso. Entre quienes hacían el registro había un adolescente de unos 14 años que pidió una escalera para mirar qué había encima del armario. La señora Benvinguda le dijo disimuladamente que no lo hiciera, porque había el Santísimo, y el chico accedió. El siervo de Dios Dr. Company, que había visto la primera acción del joven, pero no había escuchado el diálogo, se le echó encima para defender el Santísimo. Esto llamó la atención de los demás milicianos. El joven, sin embargo, dijo la verdad, defendiendo al Dr. Company, a la vez que su hermana les invitaba a tomar una copa. Entretanto el Dr. Company les hizo una exhortación tan sentida que uno de ellos se reconoció culpable de la muerte del primer presbítero en Tarragona. Además, hizo que se miraran con benevolencia aquella familia y la dejaran tranquila, de momento.

El día 2 de agosto invitó a los familiares a ganar el Jubileo de la Porcíncula. Se confesaron mutuamente el Dr. Compañero y el Mn. Francisco Cartañà. Al ver que este sufría una fuerte depresión el Dr. Compañero le dijo: «Nos hemos confesado; nos hemos absuelto y perdonado mutuamente. No tengamos miedo, pues. Si aceptamos nuestro martirio por Dios, nuestra sangre borrará todos nuestros pecados. Pongámonos en manos de Dios y aceptamos sus designios con amor.» Hacia las 9 de la noche, después de registrar el piso con blasfemias y palabras groseras, una miliciana armada se llevó el siervo de Dios Dr. Company. Este le siguió con el silencio más absoluto sin protestar ni oponer resistencia. Fue introducido en un taxi que la esperaba en la puerta. Allí permaneció dos horas hasta que bajaron del piso superior el Mn. Francisco Cartañà. Los dos fueron llevados hasta la Oliva, detrás del cementerio, en la parte más alta.

Una vez llegados al lugar, el Dr. Company pidió unos minutos para poder orar. «Hasta cantar, si quieres» -le respondieron despectivamente. Se arrodilló y se puso a cantar el Credo con los brazos en cruz. Mientras cantaba comenzaron a dispararle disparos en las manos y los brazos, los pies y las piernas. Él continuó cantando hasta que, a causa de numerosas heridas, cayó rendido, pero no muerto. Según la autopsia, practicada después, su martirio fue terrible. Sus verdugos se ensayaron con él, ya que no le produjeron ninguna herida en ningún órgano vital, hasta que su vida se rindió al desangrarse.

Más tarde el Mn. Ramon Bergadà preguntó a sus asesinos por qué lo habían asesinado, y estos contestaron: «Padre Company nos parecía, al verlo, los mismos Mandamientos de la Ley de Dios.» Le asesinaron sólo por ser presbítero.

Sus restos fueron inhumados en la fosa común del cementerio de Tarragona el día 6 de agosto.

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