El siervo de Dios Mn. Juan Gibert tenía unas excelentes cualidades: mucho gusto a disponer todo lo que hacía referencia al culto, era muy piadoso y prudente, muy recto y exigente en la dirección de las conciencias, muy amigo y caritativo con los pobres, los cuales acostumbraban decir: «Padre Joan es un santo. Si él no va al cielo, ¿quién irá? »
Cuando estalló la revuelta de 1936 era beneficiado de la parroquia del Pla de Santa Maria (Alt Camp) y cura de las hermanas. Fue detenido e incomunicado por el comité revolucionario. Cuando se enteró de que el Santísimo de la parroquia había sido profanado, preguntó a su ama de llaves por el de la iglesia de las hermanas, y en contestarle que había sido trasladado a lugar seguro, hizo un profundo suspiro diciendo: «¡Gracias a Dios, ya estoy tranquilo!»
El día 5 de agosto, junto con el Mn. Pablo Virgilio, fue asesinado cerca de Montblanc (Tarragona), sólo por el hecho de ser presbítero.
Sus restos fueron trasladados, al terminar la guerra, desde el cementerio de Montblanc al del Pla de Santa