Ingresó en el Seminario de Tarragona, donde fue un modelo de seminarista por su piedad, humildad, bondad y mortificación.
Al ser proclamada la República sus padres le preguntaron qué pensaba hacer, si continuar o dejar los estudios. Les contesto afirmativament que estaba decidido a continuar, ya que no veía motivo suficiente de persecución e incluso de martirio. Y se decía: «Si Dios se cuida de alimentar a los pájaros y de vestir los lirios del campo, con mucha más razón se cuidará de sus ministros. Por lo tanto, si el Señor dispone que yo sea sacrificado, que se haga su voluntad y no la mía.»
Cuando estalló la revuelta del 36 sólo le faltaba un año para terminar los estudios, y estaba en Solivella de vacaciones. El día 12 de febrero de 1937, cuando apenas había terminado de rezar el rosario con sus familiares, un grupo de milicianos fueron a detenerlo por el solo hecho de ser seminarista. Él no opuso nada de resistencia. Había manifestado en diferentes ocasiones: «Si he de derramar mi sangre por Dios, la doy con mucho gusto.»
Junto con siete hombres más de Solivella fueron montados en un camión y atados de dos en dos. Dos de ellos pretendían cortarse las cuerdas con un cuchillo pequeño, y los milicianos se lo quitaron, mientras decían: «Este cuchillo servirá para cortar las partes del cura», refiriéndose al seminarista.
Llegados cerca de Sarral, en la carretera de Pira, fueron fusilados. Él, aún vivo, decía: «¡Traedme a casa, que ya os perdono!» Fueron enterrados allí mismo.